jueves, 15 de septiembre de 2011

El Día Que El Volcán De Chingo Lloró

Situado entre la frontera de Guatemala y El Salvador y con 1775 metros de altura, el inactivo volcán de Chingo emerge sobrio de entre los valles de los municipios de Atescatempa y Jerez del departamento Jutiapa, Guatemala y en el depar-tamento de Santa Ana del lado salvadoreño. El origen del vocablo Chingo, posiblemente provenga de algún idioma indígena cuya variación puede ser Xingo, cuyo significado sin dudarlo esté asociado con la naturaleza y el medio am-biente. Se dice que todo buen jerezano debe adentrarse a la aventura de subir el chingo por lo menos una vez en la vida. A pesar de no ser un volcán tan alto, su ascenso no es fácil. Nada comparado probablemente con el volcán Taju-mulco ubicado en San Marcos que mide 4,220 metros. Tampoco compite con los volcanes de Agua y de Fuego que superan los 3 mil metros. Y posiblemente no cuente con el atractivo que tiene el volcán de Ipala de Chiquimula. Lo cierto es que para los jerezanos es el más importante. Úni-co testigo inmóvil de las transformaciones que han venido sufriendo a través de los años sus poblados cercanos. A través de la historia muchos poblados se han asentado en las faldas de cientos de volcanes alrededor del mundo. Tal vez buscando protección y cobijo. Posiblemente porque es la escalera que más acerca al cielo, o simplemente porque es una depósito importante para el almacenamiento de agua. No lo sé. Lo cierto es que hace unos días decidimos rendirle tributo con una visita al volcán de Chingo. Lo hici-mos desde Contepeque, un grupo de aproximadamente 25 personas entre estas una mujer, nos entusiasmamos por la travesía. Mochila al hombro, agua, frijoles, carpas, bebidas espirituosas y tortillas empezamos el asenso. Los más ex-perimentados subieron entre hora y media y dos horas, los menos afortunados de condición física, nos llevamos casi 4 horas. Sin ser vulcanólogos, mientras se asciende el volcán se van experimentando los diferentes matices climáticos que en él habitan. De la tosca y seca vegetación de las fal-das, atravesamos a mitad del camino a un entorno más húmedo y fresco hasta llegar a la parte boscosa, que da la apariencia que todo el tiempo está lloviendo y donde la vegetación se transforma. En nuestro recorrido arribamos casi de noche. No éramos el único grupo, unas personas religiosas, quisieron que sus peticiones tuvieran más eco y decidieron acercarse a los oídos de Dios y del cielo, y entre cantos y gritos usaron de médium al volcán de Chingo para hablarle a Cristo. Mientras tanto nosotros hacíamos uso del ingenio para armar las carpas y preparar la comida, que en verdad fue más tarea del compañero visitante Tsiu, que con su solicitado picante le dio una sazón extra a los frijo-les, huevos, sopitas, salchichas y tortillas que degustamos para la cena y desayuno del siguiente día. Algo a resaltar es que socializamos, la comida era de todos, sin importar quien la había llevado, compartimos, esa palabra que está en peligro de extinción, por la sociedad tan individualista y egoísta en la que vivimos. Pasada la cena fuimos ganando confianza, los vasitos plásticos junto a un puro cubano le dieron un buen toque a la velada. El tener tan cerca las estrellas, la luna y el rápido caminar de las rondas nos moti-varon a hablar un poco de todo, música, religión, econom-ía, política, globalización. Nos volvimos rebeldes, rojos y nostálgicos. Llegada la media noche todo cambio, el Chingó lloró, no sabemos si fue de alegría o de tristeza porque nos hemos olvidado de él, pasando más pendiente de la tv, el mp3 y el wii, lo maltratamos, quizá está deprimi-do. Otra versión dice que fue tal ves un llanto de alegría de nuestros antepasados que sintieron la nostalgia de ver tan cerca desde el cielo a tataranietos, nietos, sobrinos, hijos, primos, etc. Alguien más comentó que el llanto del volcán fue respuesta a la súplica de los evangélicos. Lo cierto es que a partir de la media noche y el llanto del volcán, todo nos cambió, y esto ya no es mi obligación narrarlo, cada quién tendrá su propia versión de que fue lo que siguió. Para mi simplemente el asenso del volcán terminó bien, bajamos por el lado que da al municipio de Jerez, en un descenso tullido. Lo cierto fue que cuando estaba en tierra firme volteé hacia arriba y vi al Chingo, y lo vi diferente. Y cada vez que lo observo, me recuerdo de aquel día que lo subimos y por algún extraño motivo lloró y lloró...

Dedicado a todos los que subimos el Chingo, aquel extraño día del mes de abril.


Por: Uno de los 25

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