lunes, 15 de agosto de 2011

Memorias de Mi Pueblo

Antes que trajeran carros a Esmeralda (o sea, antes del año 1,956), las mismas calles que seguimos reco-rriendo eran transitadas por carretas de bueyes que transportaban maíz, frijol, zacate o madera, caba-llos, mujeres y hombres a pie con tercios de leña y guacales de masa. Por la tarde se veían en la plaza algunas personas descansando bajo los árboles; niños jugando trompo, chibolas, “escondedero”, o solo imaginando ser policías o ladrones. Y por las noches: luz de candiles en las casas. Y afuera dece-nas de luciérnagas, los grillos cantando sin cesar. La luna y las estrellas alumbraban el camino.
Ahora nos alucinan las luces de carros y motos, nos ensordece el ruido de la música de moda y solo se escucha el brrrrrrrrrr brrrrrrrrrrr que hace temblar puertas, láminas y tímpanos, que amenazan con estallar. No pasa un minuto sin que escuchemos el ruido de motores, porque hoy hasta para ir a pasear a la plaza se usa moto y para ir a comprar tortillas, imagínese usted. Ya no sé si esto me causa tristeza o miedo.
En aquel tiempo era fácil oír y ver. En el cielo se mi-raban cientos de azacuanes y navajones (parecidos a los tucanes) formando grandes bandadas. Migra-ban hacia el oriente en el mes de abril. Don Angeli-no dice que eran las señales del invierno, pues la gente sabía que a los 40 días iba a llover y, efectiva-mente, llovía. Ahora ya no es tan fácil predecir con lo loco que se ha vuelto el clima, o mejor dicho con lo locos que nos hemos vuelto los humanos.
Siguiendo con las migraciones, en los meses de no-viembre y diciembre llegaban a la aldea cientos de palomas, arroceros, gavilanes y una gran variedad de pájaros, ya que en esos meses llegaba el tiempo
del corte de arroz que habían sembrado en junio. Muchos pájaros, en busca de su alimento, morían; convirtiéndose en el alimento de quienes les man-daban.
Y hablando de matar, Don Angelino me contó que conoció a un hombre que mató como a 300 vena-dos, los cuales abundaban en el municipio; y que estando este señor postrado en cama, le dijo: “Quiz|s por haber matado a tanto venadito estoy tan enfermo. Dios me est| castigando”.
En la aldea habían varios cazadores (y todavía hay), muchos de los cuales han practicado la caza más por diversión que por necesidad. Y así se van pisando las normas de la razón y, porqué no decirlo, de la vida misma, al llevar al peligro de extinción a gran canti-dad de animales como conejos, osos hormigueros, garrobos, güitios, ardillas, armadillos, tacuazines, tepezcuintes, codornices, palomas alas blancas, entre otros. También la pesca indiscriminada y la contaminación del agua han llevado a la escasez de peces, camarones y cangrejos de nuestros ríos.
Nunca ha existido o se ha aplicado en nuestro pue-blo una ley a favor de nuestros ríos, bosques y ani-males que en ellos viven. Las únicas áreas “protegidas” son: una parte del volc|n Chingo (aprox. una caballería) y un área del caserío Los Ca-marones, que no es tan protegida, pues los árboles que se habían plantado fueron quemados.
Por: Angelino Rodríguez
Transcripción: Nohelia Flores

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